Deambulando

Me había quedado dormida, apenas recién llegada a mi nueva habitación. Sentía pesadez en los músculos, asique decidí dar un paseo por la isla. No llevaba mi uniforme de Siesta y mis orejas eran cubiertas por un gorro de lana negra; no quería miradas indiscretas ahora. Dejé que mis pies me guiarán, desconectando mi cerebro de lo real... o demasiado irreal.

En el final de mi trayecto me descubrí en la capilla. Me preguntaba por qué allí, aunque la solución hubiera sido la misma; ¿y por qué no?

Dejé mi cuerpo caer sobre las escaleras frente a la entrada y recogí las piernas, cruzándolas. Junte las manos sobre mis rodillas y me quedé mirando el horizonte, con mi único ojo descubierto. Sentía la pesadez del trabajo, las futuras clases, sobre mis hombros. Pero aquella presión no significaba nada con lo que yo estaba acostumbrada.

Aquella isla me resultaba silenciosa, demasiado para mi gusto.

Las luces del atardecer entraban atravesando las nubes del cielo. Era una atmósfera envolvente. No estaba segura de si volvería alguna vez a aquel enorme lugar, que en cierta forma se volvió algo agradable.

Con el ruido que hacía el mar me era imposible concentrarme, pero hacia mi mejor intento. Me pregunté de dónde sacaban los demás tanta energía cuando después del largo día yo quedo completamente exhausta. Sólo quería cerrar los ojos y que los pensamientos fluyeran sin dañarme.

Al alzar la mirada me topé con una mujer de cabellos plateados, me erguí y aparté de la escalinata por si quería pasar al interior de la capilla. Me limité a posar mi único ojo en los de ella, que también era de mi idéntico color, carmesíes.

El aire del crepúsculo olía a jazmín y la madreselva que florecían el jardín, la humedad sobre la tierra, un aroma oscuro y rico.